Estoy a la orilla del mar, perdido entre los recuerdos, como un barco encallado sin poder zarpar, esperándote en cada ola, en cada brisa, sintiéndote en la inmensidad, mirándote desde lejos, tocándote sin tocar.
Sumergido en la nostalgia, entre la brisa y la faz de la verdad infinita, del espacio en que no estás, entre el recuerdo de amarte, entre la arena fugaz que se impregna en los poros y se confunde sin más, con la esperanza de darse, fundiéndose en un quizás.
Son las huellas que se forjan entre aquí y más allá, sal eterna que confunde, que se plasma, que se funde, son cantares, caracolas, que en ti vibran, se transforman el vacío de tenerte, ese espacio en que no estás, con la entrega de aquel vientre que se pierde, que se siente en el tiempo, de tu cuerpo que se funde sin juntar.
Y es quererte sin tenerte, es buscar donde no estás, un te quiero, fiel, latente, que se enjuaga de coral, con las manos entre la arena, y los ojos de ansiedad que en el horizonte espera verte llegar. No sé si llegará el día, no sé si tú vendrás, es la entrega, la agonía, es la furia sin calmar, de los labios que musitan tu nombre sin nombrar y entre la arena confunde las huellas, que quizás, dejaste al pasar.
jueves, 8 de junio de 2006
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2 comentarios:
Bellísimo escrito, José Antonio..
Yo también me he quedado esperándole a él.. con los ojos de ansiedad que en el horizonte esperan verle llegar.. Me fascino esa parte!
Un gran beso, amigo!
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