Va pasando el tiempo y uno se da cuenta
que el amor no es lo que parece,
es con el correr de las noches
junto a ese alguien interminable, aun irreconocible,
que uno se da cuenta que ya no hay mariposas,
que no es cuestión de camas, de cosas o de rosas
y va uno alejándose por la falta de cosquillas,
porque las noches no son las mismas;
y se va uno en busca de nuevas fantasías,
arma nuevos castillos y tiene nuevas heroínas
y pasan junto a las noches nuevas alegrías.
Pero ese alguien interminable sigue en la cabeza...
Y se vuelven a sentir las mariposas,
se destienden las camas, o se revuelven las cosas
y se regalan las rosas, pero la vida ya no es la misma
-pareciese que algo falta- y termina uno teniendo
un inmenso vacío, para volver donde el amor pasado
y se da cuenta uno que no son las mariposas,
ni las rosas, ni las camas, ni las cosas,
que es ese alguien interminable,
que aun a lo lejos permanece al lado, el verdadero ser amado,
y termina uno dándose cuenta que el amor no es felicidad,
que es sentir viva la alegría que otorga la estabilidad.